Había una vez un supuesto excelente deportista que estaba ennoviado desde hacía muchos años con una chica no menos excelente. Lo que en el argot del hablar claro se describe como «un pivonazo». Cualquiera podía calificar la relación como la de la típica pareja de la típica película de Hollywood. Hasta que como en la carrera de todo hipotético deportista de alto nivel, empezó a ampliar horizontes.
Entre esos horizontes figuraron varias olimpiadas en las que participó. Unas más sonadas que todas las demás porque fue en las que conoció a otra mujer, o mejor dicho, ella lo conoció a él, pues se trataba de una personalidad pública. Terminaron las olimpiadas y al regreso a la patria este deportista continuó su vida normal. Con su deporte, su familia, su gente y su novia. Pero hubo cosas de las olimpiadas que se vinieron también, como algún número de teléfono y nuevas aspiraciones personales.
El teléfono le sonaba con frecuencia. No importaba si estaba su novia delante o no, porque era la mujer que había conocido, no una cualquiera. Él, que para nada era humilde, no escondía ese nuevo «contacto» cuya gran posición social iba a aprovechar para organizar y promover actividades en el mundo del deporte. Seguro que esta mujer, este contacto, tampoco desconocía que él era un hombre con pareja, aunque no pareció importarle a ninguno de los dos.
Un día él desapareció de la vista de su novia. Ese día ella llegó a casa y se encontró con que faltaban todas las cosas de él. Se había marchado. Como cualquier persona enamorada, ella empezó a llamarle sin recibir respuesta. Llamó a los padres de él, que sólo pudieron decirle que no sabían nada, que ellos también estaban sorprendidos. Varios días intentando localizarlo, desconcertada la aún novia oficial, hasta que él la llamó para decirle «mi mente está en un sitio y mi corazón en otro». Y lo siguiente que volvió a saber de él fue encontrárselo cuatro días después en las portadas de chorrocientas revistas como parte de un nuevo compromiso de interés nacional.
Pongamos que las olimpiadas fueron las de 1996 en Atlanta, que este deportista jugaba al balonmano en el FC Barcelona y que el personaje público es la menos fea de las actuales herederas de la monarquía. Curioso personaje público, que se supone que no sabía que el deportista era un corrupto sentimental ni ahora tampoco sabía que es un empresario corrupto.