De una madre abogado

Ser abogado es de las profesiones de las que peor he oído hablar fuera de casa desde que era pequeño. Pero me parece una vocación que requiere de años para ser valorada con justicia, y nunca mejor dicho, como los que mi madre me ha brindado.

Mis primeras nociones acerca de la existencia de esta vocación se remontan al repiqueteo por las noches de las teclas de una Hispano Olivetti —creo que Lexicon 80— combinados con mis llantos a la mañana siguiente cuando la mecanógrafa por obligación se marchaba a trabajar, muy en contra de mis deseos de hijo madrero. De por aquel entonces también tengo vagos recuerdos de carpetas de papeles de dos o tres dedos de grosor, a los que yo tenía terminantemente prohibido poner la mano encima so pena de azote por motivos obvios y mis vocaciones artísticas con las témperas, de las que alguna pared de casa daba fe. Además, ya en aquel tiempo para mí esos tochos de folios eran sinónimo de madre ocupada, motivo por el que les cogí mucha manía, deseando día tras día que dejasen de aumentar. A pesar de lo cual, más tarde invertiría mi odio para pensar que mejor cuanto más espesor tuvieran.

Sin embargo mi cercanía con la abogacía comenzó unos años antes, obviando mi embarazo acerca del que hay quien sospecha que algo ya aprendí, en esos de los que no guardo memoria alguna, para los que no había aún guardería, pero cuyas anécdotas he ido conociendo gracias a mis padres, familia y sus compañeros más veteranos. Los días en que nadie podía hacerse cargo de mí, que además de una bolilla era bastante renegón, no tenían más remedio que hacer malabares conmigo en el Gabinete Jurídico o el despacho.  Ello pronto dio lugar a algún incidente entre algún inexperto en bebés y los polvos de talco, conmigo como víctima. Por suerte también fue apareciendo una vecina y su familia, que con una de las mayores generosidades que he conocido cuidarían de mí y contribuirían a mi engorde, pudiendo apodarme bolilla y disfrazarme de doctor de tal en unos carnavales.

Doctor bolilla

«Doctor bolilla» // Carnavales

Mención merecen también las mil y una tácticas que mis padres, vecinos y familiares fueron ideando, mejorando y variando con el paso de los días para que mi madre pudiera marcharse a trabajar sin que yo saliera corriendo detrás. Y es que los abogados, en contra de lo que la cultura popular cree, no siempre disponen de un horario fijo. Ni siquiera de un trabajo fijo y a veces ni remunerado.

Con el aumento de los clientes ―cuya importancia fui aprendiendo con el paso de los años—, sus horas dedicadas al trabajo y confianza en ella a pesar de ser una profesión bastante masculina también aumentaron. Y eso quien sabe lo que es vivir con un abogado vocacional conoce de sobra lo que conlleva. Yo desde mi pequeña estatura lo observaba en si me ponía malo, en cuando había reuniones de padres en el colegio, en cuando quería jugar con mi madre, en cuando los fines de semana quería ir de excursión, en cuando había fiesta en la guardería, en cuando tenía vacaciones, etc. Sentía una especie de amor y odio a la vez por tal profesión, sin ser consciente de lo que ella me estaba enseñando de cara a lo que yo quisiera ser de mayor, y no me refiero al ámbito profesional. Palabras como demanda, querella, recurso, moratoria, denuncia, calumnia, justiprecio, acreedor, moroso,.. me empezaron a sonar bastante pronto aunque sin saber su significado. Estuve años creyendo que moroso sería un hombre muy amoroso y con problemas derivados de tal cualidad.

La parte del odio la tuve marcada desde bien pequeño con mis primeros recuerdos. Pero la parte del amor la fui descubriendo conforme mis padres y maestros me fueron enseñando a pensar. Especialmente cuando al hablar de las profesiones de mis padres nunca faltaba alguna voz que dijera que «los abogados están forrados», «los abogados separaron a mis padres», «los abogados hablan raro»,.. me enfadaba bastante, como con una mentira que ni dicha mil veces será verdad.

Fue en riñas como esas y con el paso de los años con lo que fui cogiéndole cariño al ejercicio y a su lado más vocacional visto desde fuera. Escuchando y viendo a abogados e incluso a proyectos de ello de todo tipo. Desde los vocacionales hasta los que han intentado abrazar la profesión en vistas de dedicarse a algo relacionado con la licenciatura que han estudiado, pasando por los hereditarios o quienes han desistido de prepararse oposiciones. Y de ahí mi conclusión de que es una profesión bastante vocacional, aunque no falten en ella los mercenarios, los ambulancieros, los oportunistas, los figurantes, los informales, etc. Un punto de vista en el que no puedo ser imparcial después de tantos años de una influencia maternal excelente.

Por eso me sigo mordiendo la lengua y a veces ni puedo contenerme cuando oigo —porque escucharlos es demasiado— a algunos sabelotodo vomitando «los abogados son unos sacadineros sinvergüenzas» o «unos buitres» porque en el divorcio los han desplumado o porque han leído en la prensa que gracias a un buen abogado un famoso está en casa con la condicional. Del mismo modo que cuando alguien de mi edad presume de ser abogado, aunque no le conozcan en un solo juzgado pero sí en todos los bares, o me trata con desdén porque no sabe de dónde vengo y se cree que a mí me va a impresionar por su traje entallado cual adolescente en su confirmación o un bolso falsificado. Y es que respecto a estos últimos casos y sin darme cuenta he desarrollado un radar.

A menudo se asocia la profesión de abogado a lo que se ve en las películas y series, pero aunque eso no sea falso, no refleja la manera en que la mayoría de abogados ejercen su profesión. Menos frecuente en las pantallas aunque sí bastante real es por ejemplo el caso de recién licenciados en derecho que salen de la carrera o la escuela de práctica jurídica dispuestos a comerse el mundo del ejercicio, aunque salvo que tengan buenos contactos, hereden un despacho —con clientela—, tengan mucha perseverancia o den con un abogado bondadoso y generoso, sólo unos pocos conseguirán su objetivo. Porque es una profesión que conoce muy bien los términos autónomo y pasante, donde no se suele cobrar cada mes ni una cantidad fija, donde muchos pasantes son utilizados de archiveros y secretarios sin seguridad social ni ver un solo euro ni concedérseles la oportunidad de llevar siquiera un asunto pequeño o donde hay bufetes famosos de cuyo nombre presumen sus jóvenes letrados mientras el salario no llega ni al mínimo interprofesional.

Desde mi punto de vista es una profesión que necesita vocación porque se ven muchos dramas familiares, el peor lado de las personas, causas perdidas, víctimas y victimistas,.. muchas injusticias. Situaciones en las que hay que profundizar pero sin dejarse afectar y que más a menudo de lo que los telespectadores creen, no podrán asegurar un beneficio económico para el abogado, cuando no sea que lo intentan por insistencia del cliente aunque el propio abogado sepa perfectamente que no es posible. Porque el buen abogado intenta, y a veces hasta logra, solucionar problemas sin necesidad de acudir al juzgado ni provocar mayores enfrentamientos entre las partes. Porque cuando se ve a una abogado actuando en un juzgado defendiendo a alguien, se olvida que detrás de esa mujer existen horas de preparación, custodia del secreto profesional y documentos, noches sin dormir, hijos que lloran, comidas preparadas, malabarismos para poder hacer frente a los gastos del despacho, los horarios de los clientes,.. hechos que se olvidan «con la venia de Su Señoría».

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