Mi barbero «el Miguel»

FloïdEsta tarde le he hecho una visita a mi barbero habitual, Miguel, o como muchos otros más habituales lo llaman: «el Miguel», aunque en el toldo ponga «Peluquería Fernández». Y digo barbero porque Miguel es un peluquero de los de antes, que además de saber cortar el pelo con buena precisión sabe afeitar, educado, humildad y encima no te atraca a mano armada a la hora del cobro.

Hoy en día cada vez están más extendidas las peluquerías en las que se paga más por la imagen que por la profesionalidad. En ellas no suele fallar la teoría de que cuanto más grandes sean las cristaleras que tengan más cara será la cuenta, a lo que además en algunas ocasiones se puede sumar el hecho de que tienen casi una pasarela de empleados, más sueldos a pagar, de los que encima no te suele atender el mismo y cada vez que vas te dejan de una manera diferente porque les importa poco que los clientes vuelva, ellos están de paso explotados en términos salariales.

Un café, cera, tintes, una buena pila de revistas de moda,.. Pero de lo importante sólo secadores, maquinillas y alguna que otra tijera. Nada de distintos tipos de tijeras ni un par de navajas ni el periódico del día, y ya de Floïd o Varón Dandy ni hablar, aunque sean de los que mejor cumplen su labor de aftershave, porque para perfumarse están ya los perfumes. Porque lo importante es la rapidez y que el local parezca lo más fashion, algo así como moderno y cuanto más parecido a una peluquería de mujeres pues mejor—léase irónicamente por favor—. Pero no nos engañemos, que los abuelos saben lo que se hacen, nos sacan de ventaja la valiosa experiencia, entre otras grandes virtudes, y ellos por algo será que prefieren siempre ir al de toda la vida, mejor si es barbero, que siempre sea el mismo y que sin mediar palabra ya sepa cómo tiene que dejarle el trabajo. También, como varias veces he visto, supongo que porque los barberos están en peligro de extinción, como el buen pulso de un hombre a una cierta edad.

Imagen → mi amigo Juanjo

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