El tío del mulo

Este verano he visto bastante debate en algunos círculos acerca de lo idóneo o inapropiado de regular la presencia de perros en las playas. Pero hubo tiempos y no tan lejanos en los que un chucho era el animal más normal que podíamos encontrarnos. Tintoreras como la de este verano en Bolnuevo al margen, antes había quien se metía montado en su mulo.

Corrían los noventa en un soleado día por las playas de La Marina. Con una buena cantidad de bañistas, todo parecía marchar con normalidad, hasta que a lo lejos hubo quien empezó a divisar cómo un hombre se acercaba montado en su mulo. A lo mejor estaba dándose un paseo, debieron de pensar. Pero en realidad el perla quería más que eso.

Se fue acercando a la orilla a lomos del mulo. Tanteó el agua con unos paseillos remojando las pezuñas de su equino. Algunos bañistas empezaron a temerse lo peor entre risas y algo de mosqueo, y no fallaron. Por lo visto debía de tener calor el animal —el mulo también—, que el jinete de dudoso saber hacer se puso flamenco, bien erguido, y empezó a meterse más adentro, poco a poco, hasta que el mulo iba nadando entre los bañistas.

La gente empezó a abuchearlo con gritos de ¡fuera, fuera! Pero con la arrogancia del dueño y el agravante de que el mulo tuvo tiempo de hacer sus aguas mayores, el público de la función fortuita pasó del ¡fuera, fuera! a frases peor sonantes y que tuvieron que hacer pensárselo dos veces al elemento.

Ante tal semejante faena y en vistas de que el hombre llevaba las de quedar peor que Cagancho en Almagro, se salió y se perdió de la vista de los bañistas lo más rápido que pudo.

La yesca de Tinder

Si bien la yesca ha de estar bien seca para que arda fácilmente, en Tinder abunda otro estado de la materia que prende cual queroseno. Cuando creía haber visto de todo por Internet, entre la carnicería de Badoo con sus tribus o el postureo de Adoptauntio, aparece Tinder para demostrar que todo siempre se puede simplificar más y también enfriar, a pesar de utilizar una llama por logotipo.

La primera impresión nada más registrarme es que es una red social —por ser fino— repleta de caras bonitas ansiosas por conocer gente y orientada para personas que se rigen por la ley del mínimo esfuerzo. Unas fotos, que por defecto cogerá de Facebook; una descripción, que al principio creerás que alguien se molestará en leer; y otros detalles como la edad, empleo y formación. Obligatorio será una edad. Además, también tendrá en cuenta los contactos comunes de Facebook y la afinidad compartida por páginas marcadas como «me gusta». Y a deslizar perfiles a izquierda o derecha. Pensarás que qué sencillo ha sido todo y estarás en lo cierto, salvo por si quieres tener muchas coincidencias o matches.

Pero como patitos feos que somos […] (continuar leyendo)

El niño grillado

Quizás ahora con tantos inventos electrónicos, los niños y no tan niños andan más entretenidos por casa. Inclusive cuando los padres los necesitan. Pero hubo un tiempo, más bien de siempre, en el que cuando la madre estaba guisando en la cocina los chiquitajos se empañaban, nos empeñábamos, en trastear todo lo que estaba al alcance. ¡Menudos salseros éramos!

Lo que hiciéramos con lo que encontráramos era asunto nuestro hasta que nos hiciéramos daño y entonces nos acordásemos de que teníamos madre. Tirarlo por el suelo, esconderlo, hacerle trastadas a los demás e incluso a nosotros mismos. Y raíz de estos juegos un día una madre se extrañó por ver que uno de sus hijos se tocaba mucho una oreja. Tenía algo dentro que le molestaba y que no conseguía sacarse. Al mirar ella, se encontró con que ese algo era del color de la piel pero empezaba a verdear.

La madre, en parte inocente y en la restante asustada, fue al médico con el hijo a ver qué le podía estar ocurriendo a su chiquillo. Pero lo que empezó como susto terminó en anécdota, pues lo que el niño tenía en el oído era un garbanzo que con el paso de los días y a base de baños había empezado a grillarse. Así pues, una ventaja que tienen las plei esteision de hoy día.

El cucaracha

Cuentan que hace unos años hubo un bar en Madrid cuyo nombre aún existente no revelaré, al que solían ir unos compañeros de trabajo a comer con frecuencia. Buen precio y comida decente era el principal reclamo para esta gente. A pesar de que la dueña era un tanto cansaalmas.

Rara era la semana en que alguno de los días en que los colegas visitaban el establecimiento, la dueña y también cocinera no les interrogaba. Dónde habían estado el día anterior, por qué había faltado fulanito, que si es que acaso no les gustaban los platos, que si iban a ir al día siguiente,.. estaban entre su repertorio favorito de preguntas. Pero eso, dentro de lo que cabe, podía ser admisible. Después de todo, como también tenía que cocinar había también un hombre que era más discreto para la profesión de servir mesas.

Un día, en una de las pesadas chácharas de la patrona […] (continuar leyendo)

OjO con los topónimos

Esta minihistoria es humorística. Pero para la protagonista fue tan real como bochornosa. Ideal para este periodo de vacaciones.

Corrían otros tiempos. Cuando las fotos en blanco y negro aún no se pasaba en tren de un país a otro con la facilidad y rapidez de estos días. Y en uno de estos cambios de trenes, no recuerdo bien si aún por España en Portbou o ya en Francia, hubo una española que iba a Génova (Genova en italiano) que amaneció en Ginebra (Genève en francés). Se confundió con los nombres de las ciudades en los carteles de los vagones.

Y ojo, porque a pesar de las modernidades de ahora, tampoco los ferroviarios están libres de equivocarse, como los franceses que enviaron el Pau Casals con destino Zúrich a Milán y el Salvador Dalí con destino Milán a Zúrich [elpais.com].

Madres marujas modernizadas

Ser madre y maruja va implícito en la propia naturaleza. Mero instinto. No conozco a una sola que se preocupe de sus pequeños —porque para ella siempre lo serán aun con cincuenta primaveras— que no sea cotilla. Ya sea dándose golpe de pecho con el abanico en el Sálvame edición de la carnicería o disimulándolo mejor que cualquier Mata Hari. Y como todo en esta vida es cuestión de renovarse o morir, ellas también se actualizan. Vayan un paso o tres generaciones de telefonía móvil por detrás, siempre se las saben ingeniar para encontrarte.

En las redes sociales. De peor o de mejor reputación. No importa cuál. La mia mamma aparecerá por ellas de manera directa o indirecta:

  • Con su identidad real. Excusándose por supuesto en que no sabe cómo ha ido a parar a ese lugar.
  • Con una tía, ya sea de sangre o política —cuñada, ojo—, con la que intercambiará información en ambos sentidos e intereses, obviamente.
  • Un alias anónimo de dudosa creatividad con el humor que las caracteriza.
  • La jugada maestra de todas. Utilizar a algún familiar algo bocazas, que informará a su madre de lo que ve sobre ti y esta, como ya sabemos, a la tuya. Siendo perfectamente combinable en el espacio-tiempo con la segunda táctica de su estrategia de enterarse lo que hacen los chiquillos.

Y todo desde […] (continuar leyendo)