Los otros días estaba mi abuela maniobrando en el aparcamiento del cementerio con su coche. La que espero que Dios me guarde muchos años aunque algún hijo de mil padres le deseó lo peor que le puede pasar a una persona.
Ella conduce como muchas jovenzuelas de ahora no sabrán conducir jamás. No importa el coche del que se trate, si lleva tacones, si llueve. Aparca donde sea preciso y conduce marcha atrás por callejones los metros que hagan falta. Todo con la educación y paciencia que estoy seguro que el borrego con el que se encontró carece. Porque hace unos días cometió el error de estar aparcando el coche en unas fechas tan señaladas en los campos santos y hacer esperar al típico conductor español y como no varón. Tantos segundos tuvo que desesperarse el individuo, que al pasar le gritó a la conductora, a mi abuela, «¡ahí tendrías que estar tú!» y señalando hacia el interior del cementerio.
Luego la sociedad se extraña de las cosas que pasan. Hay que dar gracias a lo que cada cual crea porque no ocurren más desgracias con la de subnormales que hay sueltos y porque mi abuela no lleve una pija de toro a mano con la que haberle dado a ese en el lomo.