Hace ya nueve días que se me casó, se nos casó, el primer amigo. Parecía que era tan solo hace unos días cuando íbamos a confirmación los sábados por la mañana para luego a la tarde darnos una vuelta y quedar para la noche, cuando nos juntábamos un montón en las míticas noches del Cartagonova o en alguna plaza pequeña para después intentar entrar a El Quijote, local de moda por aquel entonces al que acudía toda Cartagena. Y cuando llegaba el verano nuestros planes se trasladaban al Puerto de Mazarrón, aunque también alguna Semana Santa, repartiéndonos por las casas de los que allí veranean para darnos baños en la playa de El Puerto y luego salir por Playa Grande —Bali Hai llegó luego más tarde 😆 —, y alguna que otra barbacoa por Portmán también y lo que queda de playa por allí.
Pero sobre todo parece que fue hace nada cuando fuimos un par de nocheviejas a la fiesta del Jardín Botánico, que se puso muy de moda un par de años, en las que veías a casi cualquiera que conocieses de la ciudad, incluso de fuera también. Creo que fue más o menos por aquellas fechas cuando este amigo se nos ennovió —seis o siete años de eso— con quien ahora ya es su mujer, y él su marido —igualdad ante todo —, y casualidad que el convite de la boda lo celebraron en el mismo salón de celebraciones que aquellas nocheviejas después de una ceremonia muy emotiva en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen y unas cuantas sorpresas que les preparamos los amigos, que no los dejamos apenas cenar después.
Así que ya tenemos los demás la prueba de que estamos en edad de casorio e independizarnos con una en una casa para que los amigos vengan a montarnos fiestas y ver muchos partidos. A ver quién es el próximo valiente… 🙄