A cuento de un anuncio de un curandero que ha visto hoy un amigo, o lo que siempre se ha llamado así, a pesar de que el hombre se describa como casi capaz de dar predicciones meteorológicas, me he acordado de la primera vez que recuerdo* que vi a alguien de tal dedicación.
Era una tarde de sábado de hace taitantos años en la que, como otras tantas de fin de semana, había ido al pueblo a ver a mis yayos y a algunos amigos. De siempre me gustó pasearme con la gente, de manera que al decirme mi yaya que iba a un mandao allá que me apunté. Pero el mandao no era sólo con ella. Al poco aparecieron las tres hermanas y allá que me adentré con las palomaras al completo en una zona del pueblo que conocía poco. Me dijeron que íbamos «al curandero». Palabra desconocida hasta entonces por mi.
Íbamos por las calles hasta que nos paramos delante de una casa, cuya cabeza del marco de la puerta lucía un cartel con la letra «c». C de curandero, para que todo el mundo lo sepa, pensé. Fuera no había nadie, pero dentro apenas había sitio para sentarse. Un gentío impresionante y por supuesto de cierta edad. Situación idónea para que la gente te vea a ti y junto con las compañías adivine de quién eres hijo. Aunque no pocas veces me han reconocido sólo por el parecido, sin nadie alrededor ni abrir la boca.
En estas que apareció un señor mayor, con gafas, rozando la de por aquel entonces edad de jubilación e invitando a una de las señoras que yo acompañaba a entrar. No recuerdo el motivo exacto de la visita, pero sí que esta mujer salió igual del lugar y que hasta hoy sigue viviendo.
¿Pura casualidad las curaciones de estas personas? No sé, pero a pesar de ello no hay que confundirlos con el mítico Carlos Jesús.
*: Realmente no fue la primera vez que visité a un curandero como tal. Cuando aún no tenía conciencia me quitaron el llamado mal de ojo en alguna que otra ocasión. En contra, por supuesto, de un médico renegón que sigue sin saber explicar cómo yo pasaba con las oraciones en cuestión de segundos de estar pachucho a estar contento.