Todos conocemos a una. Incluso es posible que figuremos en su «colección», lo sepamos o no. Maestra en el manejo de los tiempos y el saber estar sin dar demasiado. Artista de crear adicción con su táctica del una de cal y otra de arena. La coleccionista.
La coleccionista puede irrumpir en tu vida de muchas maneras. Amaño, sorpresa, amistades en común, trabajo, aburrimiento,.. Da igual el modo, porque se hará notar e impactará contra tus sentidos. Ya sea con tintes ácidos y desafiantes o agradables y cercanos, está programada para pisar bien sin importar el tamaño de sus tacones y lo sabe. Te dejará huella, no lo dudes. Para irrumpir es lo contrario de la misinda.
La coleccionista sabe que si es por borde te quedarás dándole vueltas en la sesera a ver por qué ha sido así contigo, te ha infravalorado, te ha herido tu orgullo como un don nadie. También sabe que si es por simpática barruntarás que se trata de una buena persona, que así da gusto, que puede que no debas dejarla escapar. Sea como sea no te dejará igual. Sobre todo cuando empiece a invertir las tornas.
La coleccionista, en su táctica namber güan del tira y afloja, tardará poco en empezar con los cambios de actitud y atención hacia ti. Si las primeras veces era muy dulce, casi cual amor de culebrón de tarde, pasará a ser pasota, con mil y una ocupaciones —que ni un ministro— y un smartphone con extraños fallos que casualmente le imposibiliten saber de ti pero no abrir el WhatsApp cada dos minutos. No lo niegues porque no será con la primera ni con la última que lo mires tanto. Como yo tampoco te puedo negar que si, la coleccionista, era todo un hueso duro de roer en los comienzos, entonces cambiará a cual bombón Lindor de múltiples capas de distinta textura y dulzura. Sin antes advertirte, faltaría más, que le han hecho mucho daño ya y que no es así con cualquiera ni con el resto del harén de eunucos. Pocas veces una mujer así se cortará en presumir de que le sobran los varones. Al contrario. Sabe que con algo de celos puede que no logres quedarte callado sin buscarla. En eso se da un aire a la dominadora —a esa ya la presentaré.
La coleccionista vive y se comporta como una faraona. Buen nivel de vida en el que no se priva de un solo capricho, incluso animado, como tú. De hecho, de vivir en otro país y tener mejores intenciones sería toda una jefaza de una sociedad matriarcal y no sólo la reina de su colmena particular llena de zánganos y pocos obreros. Pero siempre habrá una cosa que no sabrá, no porque no pueda sino porque se niegue, y que tú con el tiempo deducirás: su soledad.
La coleccionista tiene su tendón de Aquiles en el manejo de tantos elementos y por supuesto en su propia táctica. Ni ella es perfecta como al principio creyeras. De una guisa como la del refrán, tanto abarcar le va impidiendo apretar poco y no te costará mucho verlo e incluso darle ahí, donde más le dolerá, con una de cal y otra de arena. Podrás ir notando sus momentos de soledad cuando una noche de fin de semana es capaz de inundarte la pantalla de líneas o dejarte la oreja ardiendo, en lugar de estar por ahí living la vida loca. Largas. Y si esa táctica no te funciona, porque ella no es tonta y poco tardará en coscarse de que le retas y ella tiene que ser mejor, con el tiempo también te lo agradecerás, porque se habrá ido espantando a sí misma y seguro que dejando lugar a alguien mejor que esté por venir. Porque una coleccionista nunca se va a enamorar de ti, sólo utilizarte.
La coleccionista de hombres, cuanto más lejos mejor.