Bueno, pues hoy he visto en El Prado la exposición del Bosco con motivo del V centenario de su fallecimiento y os voy a contar un poco. Como diría Ángel Sanchidrián, pero sin su don para contar las películas ni haber sido exactamente en el presente día.
Con una iluminación focalizada en las obras con la que cuesta leer el folleto del museo si no es justo delante de ellas estorbando al resto de visitantes, y la climatización como si estuviera en modo eco, no comparto plenamente el montaje que ha hecho el museo para la exposición. Pero he de reconocer que en otros aspectos se lo han trabajo bien, como el hecho de haber reunido tantas obras de un artista de las características del Bosco y con las controversias sobre las autorías de unas cuantas de ellas.
La primera sensación que tuve con el folleto fue de algo de sorpresa, porque reúne información de hasta 53 obras. Pero tiene truco, porque una buena parte se atribuye al taller del artista, seguidores o incluso alguien anónimo. Aunque ello no desmerece la exposición ni impide apreciar las maravillas de la escuela flamenca ni las cualidades del pintor ni su imaginación, por supuesto.
Llevábamos media exposición o menos cuando un amigo me lanzó una pregunta del estilo «¿qué consumía este hombre?». Y es que para mi nivel de necio del arte lo que primero impresiona de las obras del Bosco es su imaginación. El pensar en cómo hace quinientos años a alguien ya se le ocurrieron cosas así. Un hombre asado en la lumbre o un cuchillo gigante para El juicio final. Seres monstruosos para representar el mal en Las tentaciones de San Antonio Abad. La manera de representar los siete pecados capitales en la Mesa de los pecados capitales. El desmadre de la opulencia y la miseria de la vida humana con asesinatos por la espalda, un ciervo que ronda a una persona, un pez con piernas humanas que se come a una persona o una jauría de perros devorando huamnos, en el Tríptico del carro de heno. La transición de animales que respetan a las personas a animales que se las comen o personas que se las gastan entre ellas mismas en El jardín de las delicias.
Sin embargo El Bosco no sólo me pareció eso. En sus obras todas las caras aparecen como mínimo los rasgos faciales básicos, cuando menos. Utilizó unos trazos tan finos que los detalles parecen hechos con la punta de un alfiler y sin repasar, puro arte como maña que aprecié en las capas de sus majestades en el Tríptico de la adoración de los magos. Unos colores vivos como en pocos cuadros se ven, especialmente los tonos rojizos. Y ya no se me olvida la mirada de Jesuscristo que me persiguió mientras contemplaba desde cualquier perspectiva el Cristo camino del Calvario.
Como resumen creo que El Bosco, juntando imaginación, pulso e ingenio supo interpretar y transmitir de una manera magnífica el motivo de sus cuadros. Quizás adelantado a su tiempo o directamente atemporal.
Agradecimiento a mi compañero Luis por el detalle del Jardín de las delicias que encabeza esta entrada.