De pequeñajos es frecuente que nos digan lo de que tenemos que estudiar para tener un buen trabajo el día de mañana. Pero luego mira uno las «cosas» por las que se pagan millonadas y piensa que aquí algo no cuadra, a pesar de que no le faltan críticas a estas prácticas cada vez más habituales. Hasta que te llega un «entendido» y te dice que es que eso «es arte».
Por ejemplo hace ya tiempo que El Gañán, en su sketch siempre lleno de humor, se refirió al arte como «ese mundo de sinvergüenzas»; o ahora el gran aluvión de críticas referidas al despilfarro de dinero por la famosa cúpula del «artista» Barceló, que hay hasta quien dice que se parece demasiado a la cueva Flauta de Caña. La verdad que por los 18-20 millones de euros ya es para que fuera algo sin nada que se le pareciese, a pesar de que intuyo que el «artista» lo ha intentado con lo horrorosa que le ha quedado «su creación». Y eso que dentro de los artistas últimamente también está habiendo que incluir a los arquitectos, como el que restauró el Cuartel de Antigüones que parece que dejó en algunas partes del edificio los conceptos de utilidad y drenaje de aguas de terrazas olvidados.
Crecemos viendo catedrales, cuadros , esculturas y pirámides en los libros, cosas que da gusto ver y que no cualquiera sabe hacer, pero hoy en día ese arte parece que no vende, que es de carcas, que no basta con innovar con cabeza y que es mejor crear «cosas» extrañas, raras, que la gente se ría de ver lo inservibles y feas que son. Pero sobre todo, imprescindible que tengan un precio de venta muchísimo mayor que lo que han costado los cuatro cubos de pintura que se han vertido al azar para la elaboración.
En fin, será que los ingenieros somos unos cuadriculados.