Llevamos unos días que casi podríamos decir que tenemos un gato. Lo mejor es que ni se le da de comer ni se le tiene habilitado un lugar donde aliviar sus necesidades. Pero lo malo es que no lo queremos y tenemos que estar atentos para que no se nos meta en casa.
Todo empezó hace un par de semanas. Volví a casa una tarde de domingo y alguien me dijo «se te ha escapado el gato». Sería por la calor o por dormir demasiado a cuento del fin de semana, que pensé que se estaba quedando conmigo. Después de que me lo repitiese entré en razón. Un gato había sido visto por la habitación y echado ipso facto. Pensé que sería algo casual. No le di mayor importancia.
Sin embargo al día siguiente pasé por la cocina de buena mañana y una barra de pan en el suelo con un trozo arrancado me llamó la atención. No me pareció normal que al pan le hubieran salido patas y se hubiera suicidado. Fui al salón para comenzar a echar un vistazo general y para sorpresa mía pude conocer a quien días antes había intentado registrarme la habitación. Estaba ahí tan pancho sobre un cojín y mirándome. ¡Para qué inmutarse, siga usted descansando, disculpe!
Me volví para abrir la puerta de acceso al piso y se escondió. Uno teniéndose que ir a trabajar y el minino con ganas de jugar al escondite. De hecho me iba a dar por vencido para llegar a alguna hora al trabajo cuando lo oí maullar desde la entrada porque se había quedado encerrado. Abrí y asunto arreglado. Un asunto que no se zanjó ahí.
Tomamos las medidas oportunas con las ventanas. Al día siguiente alguien lo vio merodeando cerca de la puerta y a otro día me lo encontré yo también por debajo de los coches aparcados. «Pobrecito. ¡Qué lástima» me decía la gente. E insistente y luchador como él solo. Pues ayer empecé a ver una sombra detrás del estor y oír arañazos. Efectivamente era él. Y esta tarde mismo oigo un ruido por la ventana y de nuevo es él en la repisa.
Para más inri me han dicho que muy posiblemente se comporta así e intenta meterse en las casas porque lo habrán echado. Puesto que, según cuentan, los gatos que siempre han sido callejeros no se meten en las casas. En invierno me importaría menos, pero es verano y según cómo pega el Lorenzo se hace pesado no poder abrir la hoja de la ventana al máximo.
En fin. También dicen que todo se hereda menos la hermosura y lo cierto es que espero tener mejor suerte que mi abuela. Hace años a ella le pasó algo parecido con otro gato. Llegó a desplazarlo varios kilómetros en coche, con árboles, casas y monte de por medio a ver si así no volvía. Al día siguiente apareció en la puerta de casa y ya hubo que adoptarlo obligatoriamente.