Con el cierre del bar Valencia, mis camaradas y yo quedamos huérfanos de cocina típica y plato contundente. Estuvimos mariposeando por varios lugares con menú diario y de mayor clientela, servicio de lo más variado y sobre todo peor cocina. Decepción tras decepción hubo una que nos sorprendió porque lo peor no era la comida en sí.
Lo primero que nos pareció fuera de lo esperable fueron los camareros. Es habitual que en todas las profesiones haya gente pa to. Pero suele estar distribuida y no concentrada en un solo bar. Era la manera de hablar, de intentar hacerse entender, de reaccionar, de caminar,.. Con esto ya hubo quien se atrevió con una hipótesis que expresó, palabras textuales, sutilmente: «estos camareros tienen que haber ido al mismo colegio de educación especial».
Lo segundo que nos pareció fuera de lo admisible fue tomar al cliente por mentecato. Cuando se come de menú diario suele haber poco truco en la carne, de la que intuimos que será de lo que hemos leído, pero no de primera categoría. Sin embargo, con el pescado ya no se trata de procedencia o tamaño, sino de que directamente sea otro distinto al que está escrito. Y fue con el pescado con lo que nos la colaron dos veces.
En una ocasión pedimos lenguado y nos trajeron un filete a la romana, enorme, de casi dos dedos de grosor y que llegaba de lado a lado de un plato alargado. Vamos, un trozo que de haber sido realmente de lenguado habría costado bastante más que todo el menú entero. Era panga, pero por ser la primera vez lo dejamos pasar, no dijimos nada, lo achacamos a un malentendido sin maldad.
En otra ocasión pedimos rodaballo y nos trajeron gallos, pequeños y rebozados de más. Pero esta vez no nos callamos. Además, venía un compañero que en sus tiempos universitarios hizo prácticas de acuicultura con rodaballos. Le explicamos a uno de los piezas de camareros que eso no eran rodaballos, que eran gallos, por la forma, el grosor, las raspas,.. A lo que el sirviente nos dijo que de eso nada, que nosotros nos referíamos a los rodaballos grandes, pero que cuando son pequeños son como los gallos. Vamos, que según él, el rodaballo de pequeño tiene una forma alargada pero cuando se hace grande de repente se vuelve romboidal, casi circular. Curiosa metamorfosis de este rodagallo —como se inventó otro compañero—. Y no quedó sólo ahí la burla —o ignorancia mezclada con arrogancia— de esa ocasión, puesto que de postre le pedimos melón y lo trajo riéndose él solo y diciendo que en realidad no era melón, sino sandía. Debió de haber oído alguna vez lo de llamar melón de agua a la sandía, como en mi tierra, pero se confundió y más que Dinio de noche.
Así que ya teníamos la tesis casi hecha con estas demostraciones y aún faltaba lo tercero más inesperado. Quizás más habitual incluso que lo de encontrarse con catetos, pero se supone que difícil de ver. Porque en un cruce en el baño que tuvo otro compañero con una de estas eminencias de la hostelería descubrimos que al menos éste, no sabemos el resto, no se lavaba las manos después de aliviar la vejiga. No sea que perdiera sabor la comida o adherencia con los platos…
De modo que sobre ese restaurante ya tenemos enunciado un teorema que lleva su nombre y de contenido subnormales y guarros. Además de otro para el nuevo pez rodagallo.