Las infraestructuras de ADIF y la página web de RENFE dejan que desear, pero por suerte siempre habrá lugar para la parte humana y su buen saber hacer, como ejemplo de ello ha sido para mi lo que me aconteció hace tan solo unos días con un par de billetes de tren como objetos principales.
Los viajeros solemos tener la costumbre de tener a mano el billete a la vez que a buen recaudo por razones obvias. Sin embargo siempre hay una excepción y la mía tuvo lugar el pasado miércoles. En la estación de origen no se nos requirió el billete como viene siendo habitual, por lo que nada más sentarme en el asiento decidí tenerlo bien al alcance, junto con el de vuelta por eso de tenerlo todo junto, confiando en que en breve el típico revisor me lo solicitara con el famoso humor que caracteriza a este gremio. Concretamente cometí el error de colocar tales billetes en la rejilla elástica que queda a la altura de las rodillas, junto a una botella de agua y demás chismes del viajero. En honor a la verdad los tuve bien vigilados durante el trayecto de cinco horas y veinte y algo minutos, pero no en el momento de bajarme del tren.
Tras coger todas las cosas tuve una sensación de esas de que algo se olvida. Miré —yo creí que bien— asiento, suelo y leja, balda o como cada cual lo llame. Como todo me pareció llevarlo conmigo salí del vagón, de la estación y por poco de los aparcamientos de sus inmediaciones. Recién subí al coche en la calle volví a pensar en que olvidada algo y esta vez busqué con más decisión, justamente los billetes o al menos el de vuelta. Al margen de que a nadie le gusta regalarle dinero a RENFE, el día en que se termina un puente festivo está complicado encontrar asiento como uno vaya a sacar el billete uno o dos días antes. Y como imaginan ustedes, resultó que no daba con los billetes.
Salí por patas del coche y cruzando los dedos porque no se hubieran llevado el tren a la quinta leche para limpiarlo el guardia me dejó acceder a la estación. Estaba el maquinista para adelante y para atrás mientras ponía el huevo para repostar combustible y por los vagones ya andaba gente de amarillo limpiando de un lado para otro. Allá que me subí a la primera puerta abierta que encontré que coincidió con el vagón en el que había viajado. Ya se encontraban los asientos dispuestos en el sentido de la marcha del viaje del día siguiente, que tratándose de Cartagena quiere decir que ya los habían girado, y todos los papeles y demás basura que la gente deja ya dentro de una bolsa bien grande. La primera persona con la que di me estuvo ayudando muy amablemente a intentar dar con los billetes pero no hubo éxito. Tenían que estar en esa bolsa porque en el asiento ya no había nada pero los míos ahí había billetes usados de todos los tipos.
El humor con el que empezaba mi puente había cambiado por completo. Deseando que la noche pasara pronto y llegara el día siguiente para que las ventanillas de venta de billetes estuvieran abiertas y dar con alguna solución me fui para casa. Tenía previsto acostarme recién llegara para irme el día siguiente de romería a acompañar a Santa Eulalia de su santuario a pasar la Navidad con los totaneros, pero ya ni disponía de la misma cantidad de horas para poder dormir ni de las mismas ganas. No hacía más que pensar en que me había quedado sin billete de vuelta y que con algo de suerte aún podría quedar alguno para el domingo a las nueve de la mañana, o buscar para el sábado. Así que al día siguiente en cuanto fui algo consciente de mis cabales me fui para la estación a descubrir si el haber pagado el billete con tarjeta —única prueba de mi propiedad del billete— serviría para algo. Empecé a contarle mi historia a la única persona que había aquella mañana del día de la Inmaculada en los mostradores y lo primero que hizo fue sacarme un folio de debajo de la repisa preguntándome si eran esos billetes.
¡Y vaya si lo fueron! Ahora escribo estas líneas desde el asiento del coche del tren en el que tenía pensado volver del puente. Como me permite el billete que semanas atrás adquirí. GRACIAS al personal de la estación de tren de Cartagena que, según me contó el hombre de donde los billetes, continuó buscando el billete y se lo hizo llegar. Un detallazo más para no pagar con los trabajadores de ADIF y RENFE nuestro disgusto por la política de estas empresas.
Sin duda, «El Historias» hace honor una vez más a su nombre.
😀