Viaje y fotos por Asturias

Lo prometido es deuda. A primeros de diciembre del año pasado nos fuimos tres amigos y servidor de viaje a Asturias. Aprovechando el puente de la Constitución y de la Inmaculada. Faltó un quinto integrante que quedó afectado por la huelga de los controladores. Concretamente a Gijón, con visita algún día a Cabrales, Covadonga, Lastres o Villaviciosa. Una comunidad autónoma de superficie similar a la Región de Murcia pero que al igual tiene muchos lugares que no dan tiempo a visitar en unos pocos días.

La ida fue de lo más entretenida. Habíamos acordado llevarla acabo en la noche del jueves al viernes para no perder tiempo y así fue. Entre relevos, Red Bull y Monster Energy Drink, café —lo prefiero a esos jarabes de cafeína—, historias, Radio Surco al paso por La Mancha y mis discos de 500 chistes la noche se hizo de lo más amena. A mitad del camino una llamada de las típicas de madres y su amor característico nos alertó de que los controladores aéreos se estaban poniendo en huelga. Sería allá cuando íbamos circunvalando Madrid nosotros solos por la M-50. Llamamos al miembro que nos faltaba y que viajaba en avión y estaba que se subía por las paredes de los nervios. Las nevadas de los días anteriores y los avisos para aquella noche nos llevaron a rodear echando por Burgos y evitando el Puerto de Pajares o el del Huerna. Aunque ello no nos libró de un montón de kilómetros con una fina capa de hielo, arcenes llenos de nieve e incluso alguna que otra furgoneta de reparto que casi se sale a la cuneta. Por cierto que en Burgos los coches estaban cubiertos de nieve pero el asfalto de las calles bien transitable. Mientras tanto íbamos poniendo a ratos RNE para estar al tanto de la huelga. Al llegar a la Autovía del Cantábrico se acabó la nieve y empezó un chirimiri que nos acompañó hasta el Principado.

Empezó a amanecer el viernes cuando a las afueras de Gijón llamamos al viajero en avión y nos contó que habían cancelado su vuelo y que seguía en el aeropuerto a la espera de novedades. Llegamos bastante temprano a la ciudad. Para hacer algo de tiempo mientras íbamos a tomar posesión del alojamiento nos buscamos una cafetería donde desayunar. Tiffanyss se llamaba. Una vez nos instalamos echamos mano de un supermercado que teníamos a un paso en el que compramos un vino blanco y semiseco llamado Los Corales. Asequible y de la tierra que nos supo a gloria y al que nos aficionamos. Mientras, nos fuimos enterando de que nuestro amigo que faltaba tendría que buscarse un viaje interminable de autobús u otro en tren del que llegaría casi para cuando tuviera que volver. Entendimos que ya no iba a aparecer y nos hicimos pasta de comer para seguirla de una más que necesaria siesta después de la noche de conducción.

Ya por la tarde salimos a explorar Gijón y dimos con una sidrería llamada Kierche. En ella nos tomamos las primeras sidras con una tapa de bígaros. Volveríamos más veces a cenar y saludar al camarero Rogelio que tan bien nos trató. Vimos pocos escanciadores, algunos incluso no nacionales, pero como la profesionalidad y seriedad de éste hombre ninguno. Aquella primera noche también salimos de fiesta a iniciarnos en la juerga gijonesa. Al principio fuimos a parar a una zona donde parecíamos los carlancos de los locales, pero tardamos poco en dar con la zona de la Plaza del Marqués llena de bares pequeños y mucha gente, más de nuestra quinta. De hecho aquella noche fue la primera en la que hicimos un amigo. Un tipo cien por cien salybaila que hablaba con toda la que pasaba y que decía haber estado trabajando en un Eroski de Murcia. Espero que no formara parte de esos que Google posiciona muy bien al buscar en imágenes por tal hipermercado. Nos dio una opinión bastante peculiar sobre las gijonesas que no las dejaba ni a él ni a ellas en muy buen lugar. De vuelta seguimos indagando y sería la primera vez que el cerro de Santa Catalina nos la jugaría haciendo dar un rodeo enorme. Pero conseguimos llegar al sobre.

El sábado prometía. Nos habían aconsejado una sidrería algo escondida pero muy buena con respecto a calidad precio. A mi la sidra me la jugó y me quedé durmiendo la mona por la mañana, pero el trío calavera volvió falto de botones en la correa. Decían que nunca habían comido tanto por tan poco, pues además el camarero los tentaba con que sí que comían estos del levante. Por la tarde volvimos a salir otro rato de paseo y a la noche tuvimos todavía más marcha que la anterior. La zona de la Plaza del Marqués estaba bastante menos ambientada que la otra noche, pero estuvimos hasta que cerraron los locales. Como dicen que preguntando se llega a Roma, preguntando llegamos a otra zona llamada Fomento. Entre algunas misandrias, todo sea dicho, que nos mandaban al lado contrario de la fiesta.

Allí por lo visto cerraban más tarde los locales, y dimos con uno llamado Cabaret con muy buena pinta por fuera y que no nos decepcionó tampoco por dentro. Un local por el que en Cartagena no hay duda de que cobrarían consumición mínima obligatoria o incluso entrada, pero allí el acceso era gratis. Buena música y gente de aspecto sociable, nada de fauna, aunque de repente se formó un barullo de gente de seguridad para sacar forcejeando y gritando a una chica que habían sorprendido empolvándose la nariz en el aseo de los chicos. Me gustaría ver aquella reacción de la gente del local en más de uno de aquí, y no digo ya nada en los festivales. Pero siguiendo con lo positivo de aquella noche, hicimos nuestro segundo amigo del viaje. Éste era algo más galán que el de la noche anterior, aunque todavía más hablador. Nos dio otros tantos consejos para nuestro repertorio acerca de las gijonesas, la fiesta por allí y lo bien que nos lo pasaríamos en agosto —fiestas de Gijón. Cerramos aquella noche noche pasando por otro local cercano que se llamaba Blow-Up, medio afterhour con temas de géneros variados. Aunque tampoco faltó allí el Barbra Streisand de Duck Sauce, que ya empezaba a ser cansino, ni empezar a ver más lesbianeo de lo normal.

Para la próxima jornada, domingo, decidimos salir de excursión. Como mandan los cánones del español. Gijón no estaba nada mal pero los días iban pasando y había que aprovecharlos. Así que tiramos para Villaviciosa. Antes de comer estuvimos dando vueltas por la playa, con una arena y un oleaje con mayor alegría que lo de nuestro Mar Menor, entre gente pescando, algún surfista y parejitas tonteando. Para cuando el estómago empezó a pedirnos manduca volvimos para Villaviciosa en busca de algún lugar de menú. En el atraco del primero casi caemos, pero tuvimos suerte y encontramos algo más adecuado a nuestros bolsillos. Después, ya repostados, tiramos para Lastres, llamado San Martín del Sella en Doctor Mateo. Llegamos casi de noche pero pudimos comprobar como el rumor que cuenta la gente de que la realidad no es lo que sale en la pantalla es cierto. Las vistas desde arriba sí que son como tal, pero la playa a pesar de que ya estuviera la marea alta no es tan amplia como parece en televisión. Media vuelta para salir otro ratillo de fiesta, aunque esta vez uno se quedó vigilando y durmiendo por si acaso. Fue quizás la noche que más bares nos recorrimos. Llegó un momento que los mismos grupos íbamos rotando por los mismos bares como si estuviéramos conchabados, aunque sin intenciones ilegales. Fue curioso contemplar las tácticas de ataque de los mismos chavales a lo largo de diferentes lugares con distintas mozas, algunos sin seguir ninguna trayectoria lineal de guapas a feas, gordas a flacas o bajas a altas. Sin olvidarnos de ellas, que incluso las mismas iban cambiando el modo de insinuación según el local y el ambiente. Porque ambiente desde luego que no faltó tampoco aquella noche.

Sin embargo sería el lunes el día más duro. No ya porque se iba terminando el viaje. Es que Vicente, nervio puro donde los haya, no se había venido a desgastarse la noche anterior y se levantó con más ganas que nunca. Arregló la casa, fue a comprarnos el desayuno y para cuando empezó a despertarnos eran en torno a las ocho. Nunca unas palmas me pusieron de tan mala sombra como las suyas de aquella mañana. En el fondo hizo bien porque para ese día teníamos planeado ir a los Lagos de Covadonga. Salimos con sus inseparables Love of lesbian camino de Covadonga, pero tardamos más de lo esperado gracias a las pajas mentales de su GPS. Hicimos medio camino por carreteras de montaña pero así pudimos ver algo de la Asturias profunda y retratar a esas vacas tan lustrosas entre alguna foto curiosa. Aunque servidor siempre se deberá a las de Hérens.

Después de intentar seguir a un viejo en el Opel Corsa más rápido que jamás he visto, llegamos al lugar algo antes de comer. Me resultó emocionante ver aquella Basílica de Santa María la Real tan grande en el lugar donde está, ls Santa Cueva y la estatua de Don Pelayo. Ser consciente que debemos a aquel lugar parte de lo que somos. Pero en nada estábamos otra vez sentados y zampando. Por cierto que incluso  en el mesón donde estuvimos, aunque éramos poca gente, no faltaron dos chicas bonitas y con aspecto de tímidas metiéndose mano mientras los de alrededor comíamos. Nuestra teoría se fue confirmando más. Aunque con las hormonas algo alteradas enseguida nos pusimos camino de seguir hacia los lagos. En Sierra Espuña hay quitamiedos casi por cualquier sitio, pero allí la cosa fue al revés, todo bien despejado por si alguien quería tener miedo con poder irse monte abajo. Pero mereció la pena la subida, una tranquilidad y un aire fresco como en pocos sitios. Me hubiera gustado ir de otra manera y echar el día por algunos senderos, pero hubo que conformarse con pisar las zonas encharcadas cercanas al lago y unas fotos. Que todo sea dicho tuvimos suerte de que nos tocara un día despejado para lo que intuyo que será habitual por allí. Empezó a ponerse el sol y salimos pitando para abajo buscando cómo acercarnos a la zona de Cabrales, a comprar unos quesos como está mandado. En esto tampoco nos libramos de nuestras anécdotas, pues tanto oír Cabrales la gente no suele caer en que se trata de un municipio, o concejo, no de un pueblo como tal. La mujer que nos lo explicó casi se troncha en nuestra cara.

Aquella noche volvimos diferentes a todas las demás. En principio teníamos ganas de fiesta, pero la conciencia nos decía que no era de gente responsable al volante pegarse la juerga padre la noche antes y emprender el viaje de vuelta ensoñiscados. Yo me quedé durmiendo y cuando vine a abrir los ojos ya era de día. Si mis amigos no me engañaron, porque yo cuando duermo lo hago de verdad, ellos tampoco salieron.

Y así llegó el martes. El día del regreso. Nos costó un poco dejar Gijón, que entre pitos y flautas, y conversaciones con la casera, se nos empezó a echar el medio día allí. Pero esta vez optamos por echar por el Puerto de Pajares. La Vía de la Plata por la N-630. El tiempo no pintaba mal y seguro que iba a ser más entretenido que rodear de nuevo por Burgos o que nos sacaran los cuartos por el Huerna. Llegamos a lo alto de Pajares justo a la hora de comer, nos pareció bien por fuera la venta Casimiro y desde luego no fallamos. Un menú de dos platos a un precio asequible en un lugar con aspecto de los de toda la vida. Un lugar de esos que había antes en otros sitios hasta que el dueño decide poner cristaleras grandes y empezar a cobrar a sablazo limpio. Y a seguir con el viaje. León, Valladolid, rodear Madrid entre atascos de la operación regreso y niebla, cena en las áreas de servicio habituales con partido y victoria del Real Madrid, Albacete, dejar al murciano en Murcia y de vuelta a la señoría, muy noble, fiel, muy leal y siempre heroica ciudad de Cartagena. Una vuelta redonda.

La verdad que por lo visto y si me saliera un buen trabajo por allí, puede que lo aceptara a ojos cerrados. Y obedeciendo al título, aquí unas cuantas fotos después de mi narrativa a trompicones:

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