En la localidad de La Carolina aún hay quien cuenta la historia de un conocido vecino cuyo nombre mejor no continuar publicitando, pero con una historia que no tiene desperdicio.
En otros tiempos era costumbre enterrar a los difuntos con todas las joyas y alhajas. No faltaban tampoco por aquel entonces los ladronzuelos que se aprovechaban del descuido y qué mejor víctima que quien no puede defenderse. Los muertos. Así que de vez en cuando el protagonista de esta historia le daba vuelta al cementerio de La Carolina, de su localidad, en busca de algún nuevo objetivo. Una, dos, tres noches. Pero como todo lo gratis y fácil nos gusta, el individuo continuó haciendo de las suyas sin darse cuenta de que alguien ya se estaba coscando del asunto.
Efectivamente, […] (continuar leyendo)