Buscando a David

Las experiencias de compartir piso son fuente inagotable de situaciones anecdóticas en su mayoría. Fe de ello puede dar un servidor, pero mejor aún un amigo que de vez en cuando rememora en alto los mejores momentos vividos en el último piso que compartió, entre otras personas, con una chica de lo más peculiar y cuyas historias protagonizan las siguientes minihistorias.

Con frecuencia, los compañeros de piso le adivinaban lo que había comido. Se cruzaban por el piso y le preguntaban que si había comido macarrones, por ejemplo. A lo que ella, cada vez, se mostraba bastante sorprendida de cómo eran capaz de acertarlo. Y es que si ella había comido macarrones y le habían sobrado algunos, metía el plato tal cual, de manera que si no se los encontraban los compañeros lo hacía el fontanero en una de sus múltiples visitas. Por lo visto ella no captaba lo que le querían decir.

De entre sus cualidades más nobles destacaba su hospitalidad. Una noche de fiesta, ya en la conocida popularmente como hora de la presa débil, […] (continuar leyendo)

El tío del mulo

Este verano he visto bastante debate en algunos círculos acerca de lo idóneo o inapropiado de regular la presencia de perros en las playas. Pero hubo tiempos y no tan lejanos en los que un chucho era el animal más normal que podíamos encontrarnos. Tintoreras como la de este verano en Bolnuevo al margen, antes había quien se metía montado en su mulo.

Corrían los noventa en un soleado día por las playas de La Marina. Con una buena cantidad de bañistas, todo parecía marchar con normalidad, hasta que a lo lejos hubo quien empezó a divisar cómo un hombre se acercaba montado en su mulo. A lo mejor estaba dándose un paseo, debieron de pensar. Pero en realidad el perla quería más que eso.

Se fue acercando a la orilla a lomos del mulo. Tanteó el agua con unos paseillos remojando las pezuñas de su equino. Algunos bañistas empezaron a temerse lo peor entre risas y algo de mosqueo, y no fallaron. Por lo visto debía de tener calor el animal —el mulo también—, que el jinete de dudoso saber hacer se puso flamenco, bien erguido, y empezó a meterse más adentro, poco a poco, hasta que el mulo iba nadando entre los bañistas.

La gente empezó a abuchearlo con gritos de ¡fuera, fuera! Pero con la arrogancia del dueño y el agravante de que el mulo tuvo tiempo de hacer sus aguas mayores, el público de la función fortuita pasó del ¡fuera, fuera! a frases peor sonantes y que tuvieron que hacer pensárselo dos veces al elemento.

Ante tal semejante faena y en vistas de que el hombre llevaba las de quedar peor que Cagancho en Almagro, se salió y se perdió de la vista de los bañistas lo más rápido que pudo.

La yesca de Tinder

Si bien la yesca ha de estar bien seca para que arda fácilmente, en Tinder abunda otro estado de la materia que prende cual queroseno. Cuando creía haber visto de todo por Internet, entre la carnicería de Badoo con sus tribus o el postureo de Adoptauntio, aparece Tinder para demostrar que todo siempre se puede simplificar más y también enfriar, a pesar de utilizar una llama por logotipo.

La primera impresión nada más registrarme es que es una red social —por ser fino— repleta de caras bonitas ansiosas por conocer gente y orientada para personas que se rigen por la ley del mínimo esfuerzo. Unas fotos, que por defecto cogerá de Facebook; una descripción, que al principio creerás que alguien se molestará en leer; y otros detalles como la edad, empleo y formación. Obligatorio será una edad. Además, también tendrá en cuenta los contactos comunes de Facebook y la afinidad compartida por páginas marcadas como «me gusta». Y a deslizar perfiles a izquierda o derecha. Pensarás que qué sencillo ha sido todo y estarás en lo cierto, salvo por si quieres tener muchas coincidencias o matches.

Pero como patitos feos que somos […] (continuar leyendo)

El niño grillado

Quizás ahora con tantos inventos electrónicos, los niños y no tan niños andan más entretenidos por casa. Inclusive cuando los padres los necesitan. Pero hubo un tiempo, más bien de siempre, en el que cuando la madre estaba guisando en la cocina los chiquitajos se empañaban, nos empeñábamos, en trastear todo lo que estaba al alcance. ¡Menudos salseros éramos!

Lo que hiciéramos con lo que encontráramos era asunto nuestro hasta que nos hiciéramos daño y entonces nos acordásemos de que teníamos madre. Tirarlo por el suelo, esconderlo, hacerle trastadas a los demás e incluso a nosotros mismos. Y raíz de estos juegos un día una madre se extrañó por ver que uno de sus hijos se tocaba mucho una oreja. Tenía algo dentro que le molestaba y que no conseguía sacarse. Al mirar ella, se encontró con que ese algo era del color de la piel pero empezaba a verdear.

La madre, en parte inocente y en la restante asustada, fue al médico con el hijo a ver qué le podía estar ocurriendo a su chiquillo. Pero lo que empezó como susto terminó en anécdota, pues lo que el niño tenía en el oído era un garbanzo que con el paso de los días y a base de baños había empezado a grillarse. Así pues, una ventaja que tienen las plei esteision de hoy día.

El cucaracha

Cuentan que hace unos años hubo un bar en Madrid cuyo nombre aún existente no revelaré, al que solían ir unos compañeros de trabajo a comer con frecuencia. Buen precio y comida decente era el principal reclamo para esta gente. A pesar de que la dueña era un tanto cansaalmas.

Rara era la semana en que alguno de los días en que los colegas visitaban el establecimiento, la dueña y también cocinera no les interrogaba. Dónde habían estado el día anterior, por qué había faltado fulanito, que si es que acaso no les gustaban los platos, que si iban a ir al día siguiente,.. estaban entre su repertorio favorito de preguntas. Pero eso, dentro de lo que cabe, podía ser admisible. Después de todo, como también tenía que cocinar había también un hombre que era más discreto para la profesión de servir mesas.

Un día, en una de las pesadas chácharas de la patrona […] (continuar leyendo)

OjO con los topónimos

Esta minihistoria es humorística. Pero para la protagonista fue tan real como bochornosa. Ideal para este periodo de vacaciones.

Corrían otros tiempos. Cuando las fotos en blanco y negro aún no se pasaba en tren de un país a otro con la facilidad y rapidez de estos días. Y en uno de estos cambios de trenes, no recuerdo bien si aún por España en Portbou o ya en Francia, hubo una española que iba a Génova (Genova en italiano) que amaneció en Ginebra (Genève en francés). Se confundió con los nombres de las ciudades en los carteles de los vagones.

Y ojo, porque a pesar de las modernidades de ahora, tampoco los ferroviarios están libres de equivocarse, como los franceses que enviaron el Pau Casals con destino Zúrich a Milán y el Salvador Dalí con destino Milán a Zúrich [elpais.com].