Segunda etapa madrileña

Creo que nunca he tratado anteriormente este tema. Ni sobre la primera etapa ni sobre la segunda, la de ahora. Pero lo cierto es que desde hace unos meses he vuelto a Madrid tras un capazo de años. Dicen que las historias se repiten y que todo se hereda menos la hermosura. Bien cierto que es el repertorio de dichos y refranes del español. Presumo de ser cartagenero allá por donde voy, de verdad y no como Julio Iglesias que tributa en Miami, pero no puedo presumir de que allí haya trabajo.

Hace un montón de años ya estuve por aquí. Barrio y razones diferentes. Ahora soy yo quien viene a por las habichuelas. El medio de transporte en el que venir se mantiene, con la misma duración, mismas vías tanto en el trazado como las plataformas en las estaciones, incluso los mismos nervios porque las anuncian o cambian pocos instantes antes de la salida del tren. En honor a la verdad he de decir que raíz del accidente de Chinchilla entonces la línea Cartagena—Chinchilla cuenta con sistemas de seguridad ASFA. Antes eran señoras locomotoras con nombres de vírgenes y bocinas que retumbaban remolcando composiciones de Talgo III. Ahora son unas más modernas, con bocina que no impone, rendimiento dicen que el mismo que las antiguas y que remolcan coches de Talgo Pendular. El sentimiento, la emoción y las ganas de subirme al tren siguen igual que cuando tenía cinco años. Aunque ahora ya no me escapo de mi madre para ir a pasearme por los vagones y darle conversación a los viajeros. También es cierto que ahora la mitad van o vamos enganchados a algún chisme electrónico. Cada uno a lo suyo menos yo que voy a lo mío.

Mis recuerdos son escasos. He ido tres veces a pasearme por el barrio de por aquel entonces y comprobado que con seis años no tenía tan buena memoria como pensaba. El imponente edificio del hospital que había cerca ahora me parece más normal. La olor característica de parte de las estaciones de esa línea de metro, como a goma quemada siempre pensé, se mantiene intacta. La barandilla del balcón del piso donde vivía con cristales oscuros y entre la que se cuelan objetos por debajo, sigue igual, diría que hasta con la misma capa de pintura. El bar donde descubrí la oreja a la plancha la sigue haciendo igual de bien, además de seguir con los barriles de cerveza por allí a modo de lugar donde poner los abrigos; la plancha junto a la entrada y el salón pequeño forrado de listones de madera al fondo. El parque pequeño que había junto al piso ya no está rodeado de seto pero siguen yendo niños acompañados por sus padres. La primera tienda de 24 horas que conocí en mi vida sigue pareciendo que es una tienda de la misma dedicación aunque me parece que está cerrada. De la iglesia sólo me acuerdo por dentro pero sólo he podido verla por fuera. Del colegio es probablemente de lo que más tengo guardado en la memoria.

La misma puerta del colegio con los escalones justo detrás, la escalera central a continuación y la valla del patio de los mayores que estaba arriba. En ese colegio me enseñaron a leer con los libros del método Micho que aún conservo, tuve una «señorita» en edad de tener nietos que cuando nos preguntaba por lo que habíamos comido nos hacía rimas —«lentejas comida de viejas» es la que mejor recuerdo—, hice una amiga llamada Gloria cuya familia nos guardaba algún queso manchego en aceite cuando bajábamos para Jaén en el Talbot 150 y también hice un amigo llamado Sergio cuya madre tenía una librería que siempre recordaré por los marcos de madera de las ventanas de los escaparates. El local aún sigue, con esos marcos y la pared de chinarro pintada de blanco, aunque ahora es otro negocio.

Las barcas del Retiro, los monos del zoo, los delfines del acuario, una cola eterna en El Prado con un libro enorme, una sábana blanca en el arcén de un puerto de montaña cuando aún no había autovía y alguna otra imagen que ahora no me vendrá a la mente. No recuerdo más.

En lo referente al presente todavía no puedo decir mucho. Hay ingenierías en las que el resguardo del título debería llevar grabado un billete de venir a Madrid. La vuelta ya será otro cantar. Gente estupenda en el trabajo, ya he logrado traerme la bicicleta aunque necesite una eternidad para llegar a los montes, paisanos que hemos venido viniendo cada uno por su lado que nos vamos juntando y pocas amistades madrileñas.

Hace unos meses alguien me advirtió de que aquí las cosas hay que planearlas con mucha antelación. El menda es el primero al que le gusta llevar los planes medidos al detalle y con todos los posibles errores o problemas analizados. Para el trabajo viene genial pero para la vida diaria a veces es un suplicio. Y el caso es que he venido comprobado esa necesidad de planearlo todo que la gente parece tener aquí, junto al hecho de que van a lo suyo y suelen mirarte raro si les manifiestas que te gusta conocer gente. ¡Qué feliciano es el tío este! pensarán. Así que no es de extrañar que con la gente que mejor congenio y más planes hago resulten ser de fuera como yo, mientras los nativos me van dando largas entre sus diversas excusas para la tarea de salvar el mundo que siempre supongo que tendrán entre manos.

Continuará.

Un comentario en «Segunda etapa madrileña»

  1. Espero que disfrutes en Madrid todo lo que puedas y aproveches para ganar dinerito y disfrutes con tu trabajo, aunque sea a costa de no dejarme poner el aire acondicionado.

    P.D-En la capital hay muchos sitios que ver, mucha comida que probar, y mucha musica que escuchar y vivir. No te pierdas nada.

    Besos

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