Noche de fin de semana. Un bar cualquiera. Un pequeño grupo de personas tomando algo. Entre ellas, las hay que son amigos de hace años y también quienes se acaban de conocer por compartir amistades, pero todas tienen en común que son de fuera de la ciudad en la que están por razones de trabajo.
Hace aparición la pregunta habitual de «a qué te dedicas» y a continuación otra nunca antes escuchada: «¿y no te da pena?». Dudas entre dar una respuesta a la cartagenera, con la retranca que la talla merece, o disimular que te ha sentado como un tiro y ser diplomático. Ni que lo hubieras explicado entre lágrimas o enfadado. Finalmente, y para que no se diga luego de la mala leche cartagenera, eres cortés.
Sin embargo, un rato después recibes por la antena derecha una conversación sobre a lo que se dedica quien te ha hecho la pregunta de antes. […] (continuar leyendo)