Adivinanza real

Había una vez un supuesto excelente deportista que estaba ennoviado desde hacía muchos años con una chica no menos excelente. Lo que en el argot del hablar claro se describe como «un pivonazo». Cualquiera podía calificar la relación como la de la típica pareja de la típica película de Hollywood. Hasta que como en la carrera de todo hipotético deportista de alto nivel, empezó a ampliar horizontes.

Entre esos horizontes figuraron varias olimpiadas en las que participó. Unas más sonadas que todas las demás porque fue en las que conoció a otra mujer, o mejor dicho, ella lo conoció a él, pues se trataba de una personalidad pública. […] (continuar leyendo)

El Valencia

No era el mejor bar, pero era un buen bar. «Bar Valencia». De los familiares, de clientela habitual, de trato personalizado, de distancias medidas, de servicio rápido y sobre todo de comida como en casa.

Hace casi dos años que mis por aquel entonces nuevos compañeros me invitaron a irme con ellos a la hora de comer. Que iba a comer genial, me decían, y tuvieron más razón que un santo. Me adentraron por las calles del barrio hasta llegar a un bar que hacía picoesquina. Entramos directos al fondo, hacia un pequeño comedor, como si el lugar donde sentarnos estuviera escriturado a nombre y apellidos del ahora amigo de La Senda del Crecimiento. Una estancia presidida por una pizarra que durante tantas semanas anunciaría cuatro primeros platos, cuatro segundos y una variedad de postres adaptada a la época del año. Todos culpables de que al tiempo mi señora madre me dijese «te noto la cara más ancha».

Cada día solía tener algún que otro plato propio. Los lunes por ejemplo […] (continuar leyendo)

Más de hacer y menos de decir

Este pasado fin de semana fue de los de hacer de todo un poco y parar aún menos. Pero a raíz de tertulia asiático en mano, dilucidar en la cafetería del tren, unos cuantos tuits y leer los siempre directos artículos de Lola Gracia (como el Corazón cínico) le he estado dando vueltas a lo que antes era perder el sentido por alguien y a lo que es ahora. A que como leí en un azulejo en casa de un amigo «para torear y casarse hay que arrimarse».

Los que no lo vivieron quizás nunca lo sepan y los que sí lo hicimos no lo repitamos, pero hasta no hace tanto hubo un tiempo en el que éramos más de hacer y menos de decir. Más de imaginar con la ilusión de que convirtiese en plan y menos de fantasear y olvidar al pulsar un botón.

El valor y el riesgo podían empezar llamando al número de teléfono de la casa de una chica y descolgándolo su padre, interrogándote la madre […] (continuar leyendo)