Había una vez un supuesto excelente deportista que estaba ennoviado desde hacía muchos años con una chica no menos excelente. Lo que en el argot del hablar claro se describe como «un pivonazo». Cualquiera podía calificar la relación como la de la típica pareja de la típica película de Hollywood. Hasta que como en la carrera de todo hipotético deportista de alto nivel, empezó a ampliar horizontes.
Entre esos horizontes figuraron varias olimpiadas en las que participó. Unas más sonadas que todas las demás porque fue en las que conoció a otra mujer, o mejor dicho, ella lo conoció a él, pues se trataba de una personalidad pública. […] (continuar leyendo)