Ayer estuve por el museo taurino de la plaza de toros de Las Ventas, de entrada gratuita por cierto, y entre la buena historia de la tauromaquia que contiene la descripción de Manuel Domínguez Campos fue de esas que no se olvidan. Especialmente el origen de su apodo desperdicios. La historia completa de este torero sevillano es fácil de encontrar en Internet y servidor va a referirse concretamente a las dos versiones sobre la de su apodo.
Una proviene estando en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, donde fue visto por el matador Pedro Romero que dijo de él que era un muchacho que no tenía desperdicio. La otra tiene origen en la plaza de El Puerto de Santa María, por 1857, donde en la faena el toro Barrabás le dio una cornada alcanzándole un ojo y dejándoselo colgando, a lo que Manuel Domínguez respondió pegándose un tirón de él y diciendo «bah… ¡desperdicios!».
Como es de esperar, la segunda versión es más famosa que la primera y tiene sus variantes. Hay quien defiende que de la cornada se marchó por su propio pie a la enfermería de la plaza y que a la entrada le dijo a los médicos que eso no eran más que desperdicios, pero no se arrancó el ojo.
Fuera como fuera, la versión del percance con el ojo y su reacción no deja de ser asombroso.