Ser madre y maruja va implícito en la propia naturaleza. Mero instinto. No conozco a una sola que se preocupe de sus pequeños —porque para ella siempre lo serán aun con cincuenta primaveras— que no sea cotilla. Ya sea dándose golpe de pecho con el abanico en el Sálvame edición de la carnicería o disimulándolo mejor que cualquier Mata Hari. Y como todo en esta vida es cuestión de renovarse o morir, ellas también se actualizan. Vayan un paso o tres generaciones de telefonía móvil por detrás, siempre se las saben ingeniar para encontrarte.
En las redes sociales. De peor o de mejor reputación. No importa cuál. La mia mamma aparecerá por ellas de manera directa o indirecta:
- Con su identidad real. Excusándose por supuesto en que no sabe cómo ha ido a parar a ese lugar.
- Con una tía, ya sea de sangre o política —cuñada, ojo—, con la que intercambiará información en ambos sentidos e intereses, obviamente.
- Un alias anónimo de dudosa creatividad con el humor que las caracteriza.
- La jugada maestra de todas. Utilizar a algún familiar algo bocazas, que informará a su madre de lo que ve sobre ti y esta, como ya sabemos, a la tuya. Siendo perfectamente combinable en el espacio-tiempo con la segunda táctica de su estrategia de enterarse lo que hacen los chiquillos.
Y todo desde […] (continuar leyendo)